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Los amantes de Teruel


Antes de leer los fragmentos, creo que sería conveniente que viéramos este vídeo para tener una visión más clara de la historia.


La acción comienza en Valencia y sigue en Teruel. Año 1217.

(...)

MARSILLA
    Mi nombre es Diego Marsilla,
    y cuna Teruel me dio,
    ciudad que ayer se fundó
    del Turia en la fresca orilla,
    cuyos muros entre horrores
    de guerra atroz levantados,
    fueron con sangre amasados
    de sus fuertes pobladores.
    Al darme el humano ser,
    quiso sin duda el Señor
    destinar al fino amor
    un hombre y una mujer,
    y para hacer la igualdad
    de sus afectos cumplida,
    les dio un alma en dos partida,
    y dijo: Vivid y amad.
    A esta voz generadora
    Isabel y yo existimos,
    y la luz del cielo vimos
    en un día y una hora.
    Desde los años más tiernos
    fuimos rendidos amantes,
    desde que nos vimos, antes
    nos amábamos de vernos;
    y parecía un querer
    tan firme en almas de niño,
    recuerdo de otro cariño
    tenido antes de nacer.
    Ciegos ambos para el mundo,
    que tampoco nos veía,
    nuestra existencia corría
    en sosiego tan profundo,
    en tanta felicidad,
    que mi limitada idea
    mayor no alcanza que sea
    la gloria en la eternidad.
    Mas dicha de amor no dura.

ZULEMA
    No, en verdad: sigue; te escucho.
    Me has interesado mucho.

MARSILLA
    Pasó el tiempo de dulzura,
    llegó el de pena mortal,
    supe qué eran celos...

ZULEMA
    ¡Oh!
    ¡pena atroz!, ¡bien lo sé yo!

MARSILLA
    Tuve un rival...

ZULEMA
    ¿Un rival?

MARSILLA
    Opulento...

ZULEMA
    ¿Eso más?

MARSILLA
    Hizo
    alarde de su riqueza...

ZULEMA
    ¿Y sedujo a tu belleza?

MARSILLA
    Poco del oro el hechizo
    puede en quien de veras ama;
    mas su padre deslumbrado...

ZULEMA
    Dejó tu amor desairado
    y dio a tu rival la dama.

MARSILLA
    Le vi, mi pasión habló,
    su fuerza exhalando toda,
    y suspendida la boda,
    un plazo se me otorgó.

ZULEMA
    ¿Cómo?

MARSILLA
    Si me enriquecía
    en seis años...

ZULEMA
    ¿Han cumplido?

MARSILLA
    Ya ves que no he fallecido.

ZULEMA
    ¿Terminan...?

MARSILLA
    Al sexto día.

ZULEMA
    ¡Tan pronto!

MARSILLA
    Oro me faltaba;
    vuestro Miramamolín
    todo el cristiano confín
    entonces amenazaba.
    No podía consagrar
    mi brazo a causa mejor,
    y animaba mi valor
    la esperanza de medrar.
    Con licencia de mi hermosa
    seguí a Castilla a mi rey,
    y combatí por mi ley
    en las Navas de Tolosa.

ZULEMA
    ¡Lugar maldito del cielo
    donde la negra fortuna
    postró de la media luna
    la pujanza por el suelo!

MARSILLA
    La destreza que tenía
    en el bélico ejercicio,
    bien que el matar por oficio
    repugnase al alma mía,
    distinguió allí mi persona,
    y rico botín me dio;
    mas ¡ay! todo pereció
    en la orilla del Garona.
    Sobre el cadáver caí
    del rey, peleando fiel,
    en la rota de Maurel;
    preso me hicieron, huí,
    llegué a la Siria; un francés
    albigense refugiado,
    a quien había salvado
    la vida junto a Beziés,
    los restos de su opulencia
    me legó al morir: a España
    tornaba... mi suerte extraña
    siervo me trajo a Valencia.
    Tal vez mi mano quebró
    de mis cadenas el hierro...
    En vano, que en un encierro
    vivo se me sepultó.
    Postrado al fin y vencido
    en la lucha desigual
    que contra el genio del mal
    tanto tiempo he sostenido,
    tú mis sueños apacibles
    vienes a resucitar,
    tal vez para despertar
    a realidades terribles.

(...)

MARGARITA [habla con Isabel, su hija]
   
(...)

   [don Rodrigo de Azagra es] Joven, galán, cortesano,
    con valor y con riqueza,
    ¿qué desdeñosa belleza
    le rehusara su mano?
    Siempre el honor es su norte,
    su ingenio todo lo abarca,
    le quiere el joven monarca,
    le envidia toda la corte;
    y habéis de ver cómo al fin,
    del rey al potente arrimo,
    se alza al poder de su primo
    el señor de Albarracín.

ISABEL
    Ese retrato es hermoso,
    pero poco parecido.

MARGARITA
    Vuestro padre le ha creído
    digno de ser vuestro esposo.
    Prendarse de quien le cuadre
    no es lícito a una doncella,
    pues entonces atropella
    los derechos de su padre.
    A él le toca la elección
    de esposo para su hija,
    y a ella a quien su padre elija
    darle mano y corazón.
    Hoy día, Isabel, así
    se conciertan nuestras bodas;
    así nos casan a todas,
    y así me han casado a mí.

ISABEL
    ¿Y podréis sin inquietud
    sacrificarme a un abuso,
    lazo pérfido que puso
    el infierno a la virtud?
    ¿Qué ventaja viene a ser
    casarme con don Rodrigo?
    Lo que en hacienda consigo,
    se me desquita en placer.
    ¿Qué espero de una afición
    que de un capricho nacida,
    por la vanidad nutrida,
    maduró la obstinación?
    ¿Imagináis que él me ama?
    Pues abrigáis un error:
    lo que él dice que es amor,
    envidia, orgullo se llama.
    A este hombre darme pensáis.

(...)

MARGARITA.-
    Y ¿si Marsilla volviese aún, si antes de cumplirse el término se presentara colmado de riquezas...?

RODRIGO.-
    ¿Pensáis que eso me obligaría a ceder? Os engañáis. Marsilla prometió desistir de su loca pretensión si en el término de seis años no se enriquecía; pero yo no he prometido desistir nunca. Los Azagras no saben ceder. Todo el poder de Aragón y Castilla juntos no pudo despojar a don Pedro Ruiz del señorío de Albarracín. Si Marsilla volviera a competir conmigo, la espada decidiría la competencia.

MARGARITA.-
    Yo creo que debiera decidirla la voluntad de mi esposo. ¿Quién pudiera disputarle el derecho de disponer de su hija?

RODRIGO.-
    Y ¿quién me impediría el deshacerme de mi rival? Pero estas son amenazas inútiles: el velo que cubre el destino de Marsilla deja traslucir harto distintamente su tumba o su miseria. Si yo estuviera penetrado de que la voluntad de Isabel era irrevocable, de que unida a mí con un lazo sagrado, su virtud no la había de excitar a cumplir lo que jurase en los altares, seguramente no daría un paso más en mi pretensión, pero las opiniones se mudan, la razón recobra su imperio, los afectos se debilitan, se borran...

MARGARITA.-
    ¡Ah! ¡Don Rodrigo! El que cuenta tantos años de duración...

RODRIGO.-
    Debe por lo mismo hallarse muy cerca de su término.

MARGARITA.-
    ¿Con que persistís...?

RODRIGO.-
    Invariable. Un corazón como el de Isabel es un prodigio, es el fénix de su época. ¿Cómo no admirarle y codiciarle?

MARGARITA.-
    Mas cuando se tropieza con obstáculos invencibles...

RODRIGO.-
    Para una voluntad firme no hay obstáculos. ¿Había yo de permitir que al fin de seis años quedasen burladas mis esperanzas? ¿Que un obsequio, público ya en todo el reino, finalizase tan vergonzosamente para mí? Este empeño se ha convertido ya en punto de honor, y don Rodrigo de Azagra sabrá quedar airoso en él, como en todos.

MARGARITA.-
    ¿Y será justo que se sacrifique la dicha de mi hija a vuestra vanidad?

RODRIGO.-
    Yo me he sacrificado hasta ahora a sus caprichos; exijo mi desquite. Nada reclamo que no me pertenezca. Isabel no puede disponer de sí, no es suya; sus padres han ofrecido su mano; promesa quita propiedad, no es vuestra; a mí me la habéis ofrecido, Isabel es mía.

MARGARITA.-
    Ni lo es, ni lo será. Siento decíroslo, don Rodrigo: si seguís en un empeño tan temerario, al pie del altar oiréis un no que os afrente.

(...)

RODRIGO.-
    Vuestra repulsa me ha irritado, pero no me encuentra desprevenido. Receloso de ella, me proporcioné en Monzón cartas de favor para vos, que me figuro no dejaréis desairadas.

MARGARITA.-
    ¡En Monzón! ¡Cómo! Explicaos.

RODRIGO.-
    Sabéis que los caballeros de la orden del Temple estaban encargados de la custodia del rey en aquella fortaleza. Pues un caballero templario... (...) Me concedió su amistad desde que llegué al castillo. Yo le di cuenta de mis malaventurados amores... y él...  (...)  Él me ocultó los suyos. Díjome sí que le había traído a la religión el arrepentimiento, el deseo de expiar un delito, cuya causa había sido el amor. Por varias expresiones que le oí después llegué a creer que había seducido... (...) A una dama de esta ciudad... (...) Por último... salimos ambos a una comisión importante; partidarios del conde don Sancho nos acometieron con ventaja, y el infeliz Roger de Lizana... (...) Él es el que pereció. (...) Al desarmarle para dar sepultura a su cuerpo hallo sobre su corazón unas cartas... (...) Dudo si las enterraré con el cadáver... y las conservo. Las leo; quiero aniquilarlas... y... las guardo, y hoy os las presento. Vedlas. (Desarrolla unos pergaminos.) Leed: Margarita dice aquí... Margarita aquí... Margarita en todas.

MARGARITA.-
    Mías son, yo soy, yo soy la cómplice. ¡Oh! Dádmelas, destruidlas, borradlas.

RODRIGO.-
    Para vos las he conservado. Yo os las entregaré... en el momento que me dé Isabel la mano.

MARGARITA.-
    ¡Me las vendéis a precio de la infelicidad de mi hija!

(...)

ZULEMA (en traje de caballero aragonés, cubierta de polvo y muy agitada.)
    (Aparte.)
    He llegado a su casa.

(...)

ISABEL.-
    Guárdeos Dios, caballero.

ZULEMA.-
    Y a vos cual yo le pido, señora.

(...)
 
ISABEL.-
    ¿Pudiera sin imprudencia saberse de dónde venís?

MARI-GÓMEZ. (Criada de Isabel)-
    ¡De la tierra santa!

ISABEL.-
    ¡De la tierra santa!

ZULEMA.-
    Sí. Hace ya tiempo que llegué a España.

(...)

ISABEL.-
    Y decidme... ¿habéis conocido allá algún caballero de aquí?

ZULEMA.-
    ¿De Teruel? Sí, conocí a uno.

ISABEL.-
    ¿Os acordáis de su nombre?

ZULEMA.-
    Ramiro Montalván.

ISABEL.-
    ¡Montalván! No hay familia en Teruel de ese apellido.

ZULEMA.-
    ¡Ah! Sí, que este nombre era supuesto. No he sabido hasta hace poco el verdadero. Llamábase pues... don Diego...

ISABEL.-
    ¡Marsilla!

ZULEMA.-
    Ése era su apellido.

ISABEL.-
    ¡Cielos! Dios os ha traído sin duda a Teruel. Decidme, caballero, decidme, ¿dónde dejáis a Marsilla? ¿Cuánto ha que os separasteis de él? ¿Cuál era su situación entonces? Por Dios que me lo digáis.

(...)

ZULEMA.-
    Marsilla, cargado de honores y riquezas, adquiridos en Palestina, se hizo a la vela para España.

ISABEL.-
    ¿Cómo? ¿Viene ya? ¿Ya vuelve?

ZULEMA.-
    Ya ha vuelto mucho tiempo hace.

ISABEL.-
    ¿Ha vuelto, decís?, y ¿ha tiempo? ¡Dios mío! Pero ¿cómo no ha llegado ya a Teruel? ¿A qué se ha detenido? ¿No habéis dicho que era ya rico? Creo que habéis dicho eso.

ZULEMA.-
    Un amigo suyo que murió en la Siria le dejó heredero de sus bienes.

ISABEL.-
    ¡Ah! Pues él debía haberse restituido inmediatamente a su patria.

ZULEMA.-
    No tuvo él la culpa de que al volver le cautivaran en las costas de Valencia.

ISABEL.-
    ¡Desventurado! ¡Está cautivo!

ZULEMA.-
    Ahora... ya se halla libre.

ISABEL.-
    Me salváis la vida. Acabad.

ZULEMA.-
    Durante su esclavitud en Valencia, su gallardía y sus amables prendas hallaron gracia en los ojos de la esposa del rey.

ISABEL.-
    ¡Qué decís! ¡Una mora se prendó de él! ¡Una mujer casada! ¡Qué infamia! Gente sin fe ni ley. Y esa mujer ¿era hermosa? Dicen que las moras valencianas son muy bellas. Pero él... él no amaría.  

(...)

ZULEMA.-
    ¿Os parece fácil resistir a una reina hermosa que ruega y amenaza?

ISABEL.-
    ¡Pérfido! ¡Inicua mujer! ¡Desventurada!

ZULIMA.-
    Podéis creer que sólo le movería a esto el ansia de recobrar su libertad: no le quedaba otro medio. Yo me disponía entonces a salir de Valencia. Vuestro paisano hubiera podido acompañarme; pero su destino mudó de aspecto. Sólo ha venido conmigo una joya suya.

ISABEL.-
    ¡Una joya!

    (Aparte.)
    ¡Si fuera...! -Pero después...

ZULEMA.-
    Después... descubrió el rey la traición de su esposa... (...) Según las leyes del país, ambos merecían la muerte.

(...)

DON RODRIGO . ISABEL .

(...)

ISABEL
    ¡Qué! ¿Pensáis que cesará
    mi pasión, muerto mi amante?
    No, lo que yo vivirá.

RODRIGO
    Pues bien, amad, Isabel,
    y decidlo sin reparo;
    que con ese amor tan fiel,
    aunque a mí me cueste caro,
    nunca me hallaréis cruel.
    Mas si ese afecto amoroso,
    cuya expresión no limito,
    mantener os es forzoso,
    yo, mi bien, yo necesito
    el nombre de vuestro esposo.
    ¡No más que el nombre! y concluyo
    de desear y pedir:
    de mí todo afán excluyo
    sólo con poder decir:
    «Me llaman marido suyo».
    Separada habitación,
    distinto lecho tendréis.
    ¿Queréis más separación?
    Vos en Teruel viviréis,
    yo en la corte de Aragón.
    ¿Teméis que la soledad
    bajo mi techo os consuma?
    Vuestros padres os llevad
    con vos; mudaréis en suma
    de casa y de vecindad.
    Nunca sin vuestra licencia
    veré esos divinos ojos:
    mas dádmela con frecuencia.
    Si os oprimen los enojos,
    hablad, y mi diligencia
    ya cañas, ya la batida,
    ya músicas dispondrá.
    Si lloráis... ¡Prenda querida!
    Cuando lloréis, ¿qué os dirá
    quien no ha llorado en su vida?
    Nací altanero, servil
    la suerte aduló mi gusto
    desde la edad infantil.
    Híceme inflexible, adusto,
    tirano en la edad viril.
    Pero ¿qué he de hacer, si en vano
    lucho con mi condición?
    Piedad de mi orgullo insano;
    yo con vuestra inclinación
    no me mostraré inhumano.
    Míseros ambos, hacer
    con la indulgencia podemos
    menor nuestro padecer.
    Ahora, aunque nos casemos,
    ¿me podréis aborrecer?

ISABEL
    (Sollozando.)
    ¡Don Rodrigo!, ¡don Rodrigo!

RODRIGO
    ¿Lloráis? ¿Es porque me muestro
    digno de ser vuestro amigo?
    ¿No sufrí del odio vuestro
    bastante el duro castigo?

ISABEL
    ¡Oh! no, no; mi corazón
    palpitar de odio no sabe.

RODRIGO
    Ni ya más resolución
    tampoco en el mío cabe,
    mirando vuestra aflicción.
    ¡Qué lágrimas! ¡Ay! Y ¡cuántas
    habéis vertido por mí!
    Vedme, vedme a vuestras plantas.
    Vencisteis.-¿Y podré...? Sí,
    salid de zozobras tantas.
    Ya quedáis en libertad
    de darme o no vuestra mano:
    seguid vuestra voluntad.
    Libre sois.

(...)

    Tomad las cartas, tomad.
    (Pónelas sobre la mesa, después de haber notado la falta de una.)
    Una falta: me olvidé...
    Tendréisla, que no la quiero.
   
(...)

DON PEDRO . ISABEL .

(...)

ISABEL.-
    Querido padre, no me miréis con ira, no me condenéis antes de oírme.

PEDRO.-
    ¿Se aparta don Rodrigo de su empeño?

ISABEL.-
    Lo deja a mi resolución.

PEDRO.-
    Eso es distinto. Con todo, no eres tú quien debiera decidir: fijar tu suerte es derecho mío. Como padre me toca mandarte...; prefiero, sin embargo, aconsejarte como amigo. Ni aun te aconsejaré; te descubriré sólo secretos que estaba obligado a callar, pero que mi honor exige ahora que revele. Después tú decidirás. (...) Cuando un injusto fallo me iba a despojar cuatro años ha de mis bienes, y a dejarnos sumidos en la miseria, ¿sabes quién fue el desconocido que obtuvo la revocación de la sentencia? Don Rodrigo. (...) Cuando dos años ha, prisionero yo de los indignos satélites de don Sancho, iba a ser degollado de su orden, ¿sabes quién me libró, ya bajo el hacha del verdugo? Don Rodrigo.  (...) Cuando cinco años hace, agotados todos los recursos de la ciencia para volverte a la vida, tu madre y yo, ahogados de pena, esperábamos de un momento a otro verte lanzar el último aliento, ¿sabes quién trajo desde Jaén aquel médico árabe que Fingió pasar accidentalmente por aquí?

ISABEL.-
    ¿Fue don Rodrigo?

PEDRO.-
    A él entonces debiste la vida.

ISABEL.-
    A él se la consagraré ahora. ¡Dios justo! A vos pongo por testigo de mi resistencia y de los combates que he sufrido. Por todas partes han asaltado mi corazón. Ya no puedo más... Llamadle.

PEDRO.-
    Tú me haces feliz, hija mía.

    (Vase.)

(...)

DON RODRIGO . DON PEDRO . DON MARTÍN . MARI-GÓMEZ . Damas. Caballeros. Pajes. ISABEL .

RODRIGO.-
    ¿Podré creer tanta dicha, Isabel? ¿Consentís voluntaria en darme la mano?

ISABEL.-
    La habéis ganado. Tomadla. Vamos al templo.

PEDRO.-
    Aún no ha cumplido el plazo otorgado a don Diego. Al toque de vísperas de este día salió el malogrado joven de Teruel seis años hace: hasta que suene esa señal en mi oído no soy dueño de disponer de mi hija.

(...)

MARGARITA , por la puerta del costado. DON MARTÍN .

MARGARITA.-
    ¡Isabel! ¡Don Pedro!

    (A DON MARTÍN .)
    ¿Vos aquí solo? ¿Han marchado ya? ¿Hace mucho tiempo? (...) Corred vos, estorbad el casamiento. Vuestro hijo vive.

MARTÍN.-
    ¡Vive! ¡Ángeles del cielo! ¿Vive? ¿Es verdad? No me engañéis, por Dios.

MARGARITA.-
    No hay duda, no puede tardar en llegar. (...) La noticia de ayer fue falsa, fue obra del rencor y de la impostura. (...) Vuestro hijo vuelve opulento. Ha salvado la vida al rey moro.

(...)

Bosque inmediato a Teruel.


MARSILLA y ADEL atados a dos árboles. SEIS BANDIDOS, de los cuales unos observan a los dos presos, y otros registran sus maletas.

MARSILLA escucha convulsivo el toque de vísperas que se oye a lo lejos.

MARSILLA.-
    Ese fatal sonido viene a aumentar mi desesperación. (...) Isabel me espera, y yo aquí entre tanto... Traidores, viles bandidos.

(...)

ALGUNOS BANDIDOS.-
    ¡Un saetazo!

TODOS.-
    ¡Qué es esto?

    (Se oye un silbido.)

1.º.-
    ¡El aviso del centinela! Estamos descubiertos.

TODOS.-
    Huyamos.

(...)

    (Sale ZULIMA con arco y aliaba.)

MARSILLA
    ¡Aquí Zulima!

ZULEMA
    Sí; ¿de qué te asombras?
    ¿No hay nada entre los dos que nos reúna?
    Por el Amir a muerte condenada,
    ¿no fuiste tú mi salvador? ¿La puerta
    de la terrible cárcel no me abriste,
    y vida y oro y libertad me diste?
    Vida y riqueza y libertad te vuelvo.
    Nada más natural, nada más justo.
    Libre estás.

(Corta con el puñal de ADEL , que estaba en el suelo, los cordeles que sujetaban a MARSILLA .)

ADEL
    Yo también.
    (Soltándose por sí propio.)

MARSILLA
    (Cogiendo del suelo su espada.)

(...)

ZULEMA
    ¿A dónde vas? ¿Por tu tesoro?
    Velo aquí, por mi diestra rescatado.
    Yo la seña he fingido: la sabía,
    ( MARSILLA arroja la espada.)
    y ella y este arco fiel te han libertado.
    Mi vida por la tuya hubiera dado,
    pues... con tu muerte mi placer moría.

MARSILLA
    ¡Mujer incomprensible! Heme a tus plantas.
    (Arrodíllase.)

ZULEMA
    ¡Triunfé! Así es como yo verte quería.
    Ya estoy contenta: tus riquezas toma,
    (Entrégale el cofrecillo que traía oculto.)
    corre luego a Teruel, vuela a tu amada;
    mas no a la casa que la diera abrigo
    hasta hoy, te dirijas; si has de verla,
    búscala en el harem de don Rodrigo.

(...)

    Tarde llegas.
    Tuya no puede ser; ya dio su mano.

MARSILLA
    ¡Iras del cielo! No: finges en vano.
    Tú ignoras que mi próxima venida
    previno un mensajero.

ZULEMA
    Tú no sabes
    cuán a tiempo selló, siempre certero,
    mi brazo el labio de tu mensajero.
    Yo vi, yo hablé a Isabel, y de tu muerte
    la noticia le di, y a los bandidos
    avisé que tu viaje detuvieran.
    Yo, celebradas de Isabel las bodas,
    te las vengo a anunciar.

MARSILLA
    ¡Con que es ya tarde!

ZULEMA
    Mira mi gozo, y si pudieres, duda.
    La libertad me diste por desprecio,
    por contemplarme débil enemiga.
    ¡Insensato mortal! ¿No te lo dije
    ya en el harem, que de mi amor ardiente,
    o mi fiera venganza decidías?
    ¿Quisiste el odio? Sus efectos siente.

(...)

DON MARTÍN . DOS CRIADOS. MARSILLA .

MARTÍN
    ¡Él es! ¡Hijo querido!

MARSILLA
    Padre. ¿Es tarde?
    Yo quisiera dudar... ¿Mi mal es cierto?

MARTÍN
    Respóndante las lágrimas que vierto.
    Hijo del alma, a quien su hierro ardiente
    la desgracia al nacer marcó en la frente,
    tu triste padre que por verte vive,
    con dolor en sus brazos te recibe.

(...)

MARSILLA
    Maldecido
    mi nombre sea si la sangre aleve
    de mi rival no vierto.

(...)

ZULIMA . ADEL , que le sale al encuentro.

(...)

ADEL
    Tus pasos atajar el cielo quiso.
    ¡Muere!
    (Hiérela y cae.)

ZULEMA
    ¡Traidor! ¡A mí...! Si vence... ¡Ay! Muero.
    (Expira.)

(...)

MARGARITA.-
    Entró un paje a decirle que le buscaba un caballero: le estará hablando.

ISABEL.-
    ¡Ya me acuerdo! ¿Ha llegado, madre mía?

MARGARITA.-
    ¿Quién?

ISABEL.-
    ¿Quién puede ser? ¿No le he nombrado? Marsilla.

MARGARITA.-
    Sí, ya ha venido.

(...)

ISABEL.-
    Sí, aquí siento (Indicando el corazón.) una voz que me dice: «Él te ama, ámale»; pero aquí (Señalando la frente.)  me grita otra: «Él puede amarte: tú no le debes amar». ¿Le habéis visto vos?

(...)

MARGARITA.-
    Aún no le he visto, pero quiero verle: me importa consolarle, aconsejarle... (...) Que se esfuerce a olvidarte.

ISABEL.-
    No, yo no quiero que me olvide. ¿Por qué ha de olvidarme? ¿Le he de olvidar yo a él por ventura?

MARGARITA.-
    Sí, hija mía, sí le olvidarás.

(...)

MARSILLA , que entra por la ventana. ISABEL .

MARSILLA
    Desconozco el lugar. ¿Dónde me encuentro?
    ¿Podrá ser ésta de Isabel la estancia?

(...)

ISABEL
    (Abriendo los ojos.)
    ¡Ay Dios! ¡Un hombre! ¡Cielos!
    ¿No es él? ¡Él es! (...) ¡Marsilla!

MARSILLA
    ¡Dulce bien!

ISABEL
    ¡Estoy casada!

MARSILLA
    ¿Cómo pudiste enajenar tu mano?

(...)

ISABEL
    ¿Qué podré yo decir? Dios lo ha querido.
    El término expiró; fueme anunciada
    tu muerte; yo creída...

MARSILLA
    ¿Y tus promesas?
    Cuando resuelta la partida aciaga
    de ti me despedí, ¿qué me dijiste?
    «Parte, que tu Isabel fina te aguarda.
    O mi mano mis padres te conceden,
    o me consagro a Dios.»

(...)

ISABEL
    Pues bien, Marsilla... ¿para qué negarlo?
    Preciso es confesar que soy culpada.
    Nada a tus ojos excusarme puede.
    Todo me acusa y en mi daño clama.
    Perdón, Marsilla; si capaz he sido
    de faltar a la fe que te jurara,
    tú, que nunca cesaste de quererme,
    tú me perdonarás. Arrodillada,
    deshecha en llanto, tu Isabel te pide
    perdón, piedad. Merézcate esta gracia...
    porque la miras por la vez postrera.
    Lleve yo a la presencia soberana
    del sumo Juez, que al tribunal eterno
    ya con tremenda voz llegar me manda,
    este favor de ti. Sin perdonarme,
    por Dios, Marsilla, que de aquí no salgas.

MARSILLA
    ¡Tú a mis pies! ¡Tú culpable te confiesas,
    Isabel! Mas ¿qué importa? Tú me engañas.
    Lo que tu acción, lo que tu labio dice
    lo desmiente ese llanto que derramas.
    No es ese llanto de arrepentimiento,
    no, que es de amor, de amor puro, sin tacha,
    fiel como el mío, sí. Luz de mis ojos,
    cesa ya de llorar, cesa, levanta.
    Dame la vida en una voz.

ISABEL
    ¿Prometes
    una orden mía obedecer?

MARSILLA
    ¡Ingrata!
    ¿Cuándo me rebelé contra tu gusto?
    ¿Mi voluntad no es tuya? Dispón, habla.

(...)

ISABEL
    Pues bien: yo te amo. Vete.

(...)

MARSILLA
    Isabel me aborrece... ¡Me engañaba!
    Aquí siento... ¡qué angustia! Yo la adoro...
    y ella me aborrecía... ella me mata.
    (Muere.)

ISABEL
    ¡Madre mía! ¡Favor! Marsilla... ¡Cielos!
    Parado el corazón, la frente helada...

(...)

ISABEL
    Yo le maté: quise alejarle...
    que le odiaba le dije... El sentimiento,
    el espanto... ¡Y mentí!

(...)

    Pero también de mí se apiada el cielo.
    Ya de la eternidad me abre la puerta,
    y de mis ojos huye el mundo entero,
    y una tumba diviso solamente
    con un cadáver, y a su lado un hueco.
    ¡Marsilla...! Yo te amé, siempre te amaba...
    Tú me lloraste ajena, tuya muero.
    (Arrójase sobre el cuerpo de DON DIEGO , y expira quedando de rodillas abrazada con él.)




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