LA OBRA DE GALDÓS
Hablar de las novelas del Sr. Galdós es hablar de la novela en España durante cerca de treinta años. Al revés de muchos escritores en quienes sólo tardiamente llega á manifestarse la vocación predominante, el Sr. Galdós, desde su aparición en el mundo de las letras en 1871, apenas ha escrito más que novelas, y sólo en estos últimos años ha buscado otra forma de manifestación en el teatro. En su labor de novelista no sólo ha sido constante, sino fecundísimo. Más de 45 volúmenes lo atestiguan, pocos menos de los años que su autor cuenta de vida.
Tan perseverante vocación, de la cual no han distraído al Sr. Galdós ninguna de las tentaciones que al hombre de letras asedian en nuestra patria (ni siquiera la tentación política, la más funesta y enervadora de todas), se ha mostrado además con un ritmo progresivo, con un carácter de reflexión ordenada, que convierte el cuerpo de las obras del Sr. Galdós, no en una masa de libros heterogéneos, como suelen ser los engendrados por exigencias editoriales, sino en un sistema de observaciones y experiencias sobre la vida social de España durante más de una centuria. Para realizar tamaña empresa, el Sr. Pérez Galdós ha empleado sucesiva ó simultáneamente los procedimientos de la novela histórica, de la novela realista, de la novela simbólica, en grados y formas distintos, atendiendo por una parte á las cualidades propias de cada asunto, y por otra á los progresos de su educación individual y á lo que vulgarmente se llama el gusto del público, es decir, á aquel grado de educación general necesaria en el público para entender la obra del artista y gustar de ella en todo ó en parte.
Con esta clave, quien hiciese con la detención que aquí me prohibe la índole de este discurso, el examen de las novelas del Sr. Pérez Galdós en sus relaciones con el público español, desde el día en que salió de las prensas La Fontana de Oro como primicias del vigoroso ingenio de su autor, hasta la presente en que son tan leídos y aplaudidos Nazarín y Torquemada, trazaría al mismo tiempo las vicisitudes del gusto público en materia de novelas, formando, á la vez que un curioso capítulo psicología estética, otro no menos importante de psicología social. Porque es cierto y averiguado que desde que el Sr. Pérez Galdós apareció en el campo de las letras, se formó un público propio suyo, que le ha ido acompañando con fidelidad cariñosa, hasta el punto en que ahora se encuentran el novelista y su labor, con mucha gloria del novelista sin duda, pero también con esa anónima, continua é invisible colaboración del público, á la cual él tan modestamente se refiere en su discurso.
RENACIMIENTO DE LA NOVELA
Así, entre ñoñeces y monstruosidades, dormitaba la novela española por los años de 1870, fecha del primer libro del Sr. Pérez Galdós. Los grandes novelistas que hemos visto aparecer después, eran ya maestros consumados en otros géneros de literatura; pero no habían ensayado todavía sus fuerzas en la novela propiamente dicha. No se habían escrito aun ni Pepita Jiménez, ni Las Ilusiones del Doctor Faustino, ni El Escándalo, ni Sotileza, ni Peñas Arriba.
Alarcón había compuesto deleitosas narraciones breves, de corte y sabor traspirenáicos; pero su vena de novelista castizo no se mostró hasta 1875 con el salpimentado cuento El Sombrero de tres picos. Valera, en Parsondes y en algún otro rasgo de su finísimo y culto ingenio, había emulado la penetrante malicia y la refinada sencillez del autor de Cándido, de Memnón y de los Viajes del escarmentado; pero su primera novela, que es al mismo tiempo la más célebre de todas las suyas, data de 1874. Y finalmente, Pereda, aunque fuese ya nada menos que desde 1864 (en que por primera vez fueron coleccionadas sus Escenas montañesas) el gran pintor de costumbres rústicas y marineras, que toda España ha admirado después, no había concedido aún á los hijos predilectos de su fantasía, al Tuerto y á Tremontorio, á don Silvestre Seturas y á D. Robustiano Tres Solares, á sus mayorazgos, á sus pardillos y á sus indianos, el espacio suficiente para que desarrollasen por entero su carácter como actores de una fábula extensa y más o menos complicada. No hay duda, pues, de que Galdós, con ser el más joven de los eminentes ingenios á quienes se debió hace veinte años la restauración de la novela española, tuvo cronológicamente la prioridad del intento; y quien emprenda el catálogo de las obras de imaginación en el período novísimo de nuestras letras, tendrá que comenzar por La Fontana de Oro, á la cual siguió muy luego El Audaz, y tras él la serie vastísima de los Episodios Nacionales, iniciada en 1873, y que comprende por sí sola veinte novelas, en las cuales intervienen más de quinientos personajes, entre los históricos y los fabulosos: muchedumbre bastante para poblar un lugar de mediano vecindario, y en la cual están representados todas las castas y condiciones, todos los oficios y estados, todos los partidos y banderías, todos los impulsos buenos y malos, todas las heróicas grandezas y todas las extravagancias, fanatismos y necedades que en guerra y en paz, en los montes y en las ciudades, en el campo de batalla y en las asambleas, en la vida política y en la vida doméstica, forman la trama de nuestra existencia nacional durante el período, exuberante de vida desordenada, y rico en contrastes trágicos y cómicos, que se extiende desde el día de Trafalgar hasta los sangrientos albores de la primera y más encarnizada de nuestras guerras civiles.
LOS EPISODIOS NACIONALES
El Sr. Galdós, entre cuyas admirables dotes resplandece una, rarísima en autores españoles, que es la laboriosidad igual y constante, publicaba con matemática puntualidad cuatro de estos volúmenes por año: en diez tomos, expuso la guerra de la Independencia; en otros diez, las luchas políticas desde 1814 á 1831. No todos estos libros eran ni podían ser de igual valor; pero no había ninguno que pudiera rechazar el lector discreto; ninguno en que no se viesen contínuas muestras de fecunda invectiva, de ingenioso artificio, y á veces de clarísimo juicio histórico disimulado con apariencias de amenidad. El amor patrio, no el bullicioso, provocativo é intemperante, sino el que, por ser más ardiente y sincero, suele ser más recatado en sus efusiones, se complacía en la mayor parte de estos relatos, y sólo podía mirar con ceño alguno que otro; no á causa de la pintura, harto fiel y verídica, [por desgracia,] del miserable [palabras ilegibles] a que nos condujeron en tiempos de Fernando VII reacciones y revoluciones igualmente insensatas y sanguinarias; sino porque quizá la habitual serenidad del narrador parecía entoldarse alguna vez con las nieblas de una pasión tan enérgica como velada, que no llamaré política en el vulgar sentido de la palabra, porque trasciende de la esfera en que la política comunmente se mueve, y porque toca á más altos intereses humanos, pero que, de fijo, no es la mejor escuela para ahondar con entrañas de caridad y simpatía en el alma de nuestro heroico y desventurado pueblo y aplicar el bálsamo á sus llagas. En una palabra (no hay que ocultar la verdad, ni yo sirvo para ello), el racionalismo, no iracundo, no agresivo, sino más bien manso, frío, no puedo decir que cauteloso, comenzaba á insinuarse en algunas narraciones del Sr. Galdós, torciendo á veces el recto y buen sentido con que generalmente contempla y juzga el movimiento de la sociedad que precedió a la nuestra. Pero en los cuadros épicos, que son casi todos los de la primera serie de los Espisodios, el entusiasmo nacional se sobrepone á cualquier otro impulso ó tendencia; la magnífica corriente histórica, con el tumulto de sus sagradas aguas, acalla todo rumor menos noble; y entre tanto martirio y tanta victoria sólo se levanta el simulacro augusto de la patria, mutilada y sangrienta, pero invencible, doblemente digna del amor de sus hijos por grande y por infeliz. En estas obras, cuyo sentido general es altamente educador y sano, no se enseña á odiar al enemigo, ni se aviva el rescoldo de pasiones ya casi extinguidas, ni se adula aquel triste género de infautación patriótica que nuestros vecinos, sin duda por no ser los que menos adolecen de tal defecto, han bautizado con el nombre especial de chauvinisme; pero tampoco se predica un absurdo y estéril cosmopolitismo, sino que se exalta y vigoriza la conciencia nacional y se la templa para nuevos conflictos, que ojalá no sobrevengan nunca; y al mismo tiempo se vindican los fueros eternos é imprescriptibles de la resistencia contra el invasor injusto, sea cual fuere el manto de gloria y poder con que quiera encubrirse la violación del derecho.
Estas novelas del Sr. Galdós son históricas, ciertamente, y aun algunas puede calificarse de historias anoveladas, por se muy exigua la parte de ficción que en ellas interviene; pero por las condiciones especiales de su argumento, difieren en gran manera de las demás obras de su género publicadas hasta entonces en España.................. Claro es que en no todas las novelas, aisladamente consideradas, están vencidas con igual fortuna las dificultadas inherentes al dualismo de la concepción; y así hay algunas, como Zaragoza (que es de las mejores para mi gusto), en que la materia histórica se desborda de tal modo que anula enteramente la acción privada; al paso que en otras, como en Cádiz, que también es excelente en su género, la historia se reduce a anécdotas, y lo que domina es la acción novelesca (interesante por cierto, y romántica en sumo grado), y el tipo misterioso del protagonista, que parece trasunto de la fisonomía de lord Byron. Pero esta misma variedad de maneras comprueba los inagotables recursos del autor, que supo mantener despierto el interés durante tan larga serie de novelas, y enlazar artificiosamente unas con otras, y no repetirse casi nunca, ni siquiera en las figuras que ha tenido que introducir en escena con más frecuencia, como son las de guerrilleros y las de conspiradores políticos. Son los Episodios Nacionales una de las más afortunadas creaciones de la literatura española en nuestro siglo; un éxito sinceramente popular los ha coronado: el lápiz y el buril los han ilustrado a porfía; han penetrado en los hogares más aristocráticos y en los más humildes, en las escuelas y en los talleres; han enseñado verdadera historia á muchos que no la sabían; no han hecho daño a nadie, y han dado honesto recreo á todos, y han educado á la juventud en el culto á la patria. Si en otras obras ha podido el Sr. Galdós ser novelista de escuela o de partido, en la mayor parte de los Episodios quiso, y lo logró, no ser más que novelista español; y sus más encarnizados detractores no podrán arrancar de sus sienes esta corona cívica, todavía más envidiable que el lauro poético.
LAS NOVELAS CONTEMPORÁNEAS
Galdós, que sin seguir ciegamente los caprichos de la moda, ha sido en todo tiempo observador atento del gusto público, pasó entonces del campo de la novela histórica y política, donde tantos laureles había recogido, al de la novela idealista, de tesis y tendencia social, en que se controvierten los fines más altos de la vida humana, revistiéndolos de cierta forma simbólica. Dos de las más importantes novelas de su segunda época pertenecen á este género: Gloria y La Familia de León Roch. Juzgarlas hoy sin apasionamiento, es empresa muy difícil: quizá era imposible en el tiempo en que aparecieron, en medio de una atmósfera caldeada por el vapor de la pelea, cuando toda templanza tomaba visos de complicidad á los ojos de los violentos de uno y otro bando. En la lucha que desgarraba las entrañas de la patria, lo que menos alto podía sonar era la voz reposada de la crítica literaria. Esas novelas no fueron juzgadas en cuanto á su valor artístico: fueron exaltadas ó maldecidas con igual furor y encarnizamiento, por los que andaban metidos en la batalla de ideas de que aquellos libros eran trasunto. Yo mismo, en los hervores de mi juventud, los ataqué con violenta saña, sin que por eso mi íntima amistad con el Sr. Galdós sufriese la menor quiebra. Más de una vez ha sido recordada, con intención poco benévola para el uno ni para el otro, aquella página mía. Con decir que no está en un libro de estética, sino en un libro de historia religiosa, creo haber dado bastante satisfacción al argumento. Aquello no es mi juicio literario sobre Gloria, sino la reprobación de su tendencia.
GLORIA Y DOÑA PERFECTA
De su tendencia digo, y no puede extenderse á más la censura, porque no habiendo hablado la única autoridad que exige acatamiento en este punto, á nadie es lícito, sin nota de temerario ú otra más grave, penetrar en la conciencia ajena, ni menos fulminar anatemas que pueden dilacerar impíamente las fibras más delicadas del alma. Una novela no es una obra dogmática ni ha de ser juzgada con el mismo rigor dialéctico que un tratado de teología. Si el novelista permanece fiel á los cánones de su arte, su obra tendrá mucho de impersonal, y él debe permanecer fuera de su obra. Si podemos inducir ó conjeturar su pensamiento por lo que dicen ó hacen sus personajes, no por eso tenemos derecho para identificarle con ninguno de ellos. En Gloria, por ejemplo, ha contrapuesto el Sr. Galdós creyentes de la ley antigua y de la ley de gracia: á unos y á otros ha atribuído condiciones nobilísimas, sin las cuales no merecerían llevar tan alta representación; en unos y otros ha puesto también el germen de lo que él llama intolerancia. Es evidente para el lector más distraído, que Galdós no participa de las ideas que atribuye á la familia de los Lantiguas; pero ¿por dónde hemos de suponer que simpatiza con el sombrío fanatismo de Daniel Morton, ni con la feroz superstición, todavía más de raza y de sangre que de sinagoga, que mueve á Ester Espinosa á deshonrar á su propio hijo? Tales personajes son en la novela símbolos de pasiones más bien que de ideas, porque Gloria no es novela propiamente filosófica, de la cual pueda deducirse una conclusión determinada, como se deduce, por ejemplo, del drama de Lessing, Nathán el Sabio, que envuelve, además de una lección de tolerancia, una profesión de deísmo.
Galdós ha padecido el contagio de los tiempos; pero no ha sido nunca un espíritu escéptico ni un espíritu frívolo. No intervendría tanto la religión en sus novelas, si él no sintiese la aspiración religiosa de un modo más ó menos definido y concreto, pero indudable. Y aunque todas sus tendencias sean de moralista al modo anglo-sajón, más bien que de metafísico ni de místico, basta la más somera lectura de los últimos libros que ha publicado para ver apuntar en ellos un grado más alto de su conciencia religiosa; una mayor espiritualidad en los símbolos de que se vale; un contenido dogmático mayor, aun dentro de la parte ética, y de vez en cuando ráfagas de cristianismo positivo, que vienen a temp[lar] [sigue un renglón ilegible]. Esperemos que esta saludable evolución continúe, como de la generosa naturaleza del autor puede esperarse, y que la gracia divina ayude al honrado esfuerzo que hoy hace tan alto ingenio, hasta que logre á la sombra de la Cruz la única solución del enigma del destino humano.
Pero tornando á Gloria, diremos que, aunque esta novela nada pruebe, es literariamente una de las mejores de Galdós, no sólo porque está escrita con más pausa y aliño que otras, sino por la gravedad de pensamiento, por lo patético de la acción, por la riqueza psicológica de las principales figuras, por el desarrollo majestuoso y gradual de los sucesos, por lo hábil é inesperado del desenlace, y principalmente por la elevación ideal del conjunto, que no se empaña ni aun en aquellos momentos en que la emoción es más viva. Con más desaliño, y también con menos caridad humana y más dureza sectaria, está escrita La Familia de León Roch, en que se plantea y no se resuelve el problema del divorcio moral que surge en un matrimonio por disparidad de creencias, atacándose de paso fieramente la hipocresía social en sus diversas formas y manifestaciones. El protagonista, ingeniero sabio é incrédulo, es tipo algo convencional, repetido por Galdós en diversas obras, por ejemplo, en Doña perfecta, que como cuadro de género y galería de tipos castizos, es de lo más selecto de su repertorio, y lo sería de todo punto si no asomasen en ella las preocupaciones anticlericales del autor, aunque no con el dejo amargo que hemos sentido en otras producciones suyas.
LA TERCERA FASE
Con las tres últimamente citadas, abrió el Sr. Galdós la serie de sus Novelas españolas contemporáneas, que cuenta á la hora presente más de veinte obras diversas, algunas de ellas muy extensas, en tres ó cuatro volúmenes, enlazadas casi todas por la reaparición de algún personaje, ó por línea genealógica entre los protagonistas de ellas, viniendo á formar todo el conjunto una especie de Comedia humana, que participa mucho de las grandes cualidades de Balzac, así como de sus defectos. Para orientarse en este gran almacén de documentos sociales, conviene hacer, por lo menos, tres subdivisiones, lógicamente marcadas por un cambio de manera en el escritor. Pertenecen á la primera las novelas idealistas que conocemos ya, á las cuales debe añadirse El Amigo Manso, delicioso capricho psicológico, y Marianela, idilio trágico de una mendiga y un ciego; menos original que otras cosas de Pérez Galdós, pero más poético y delicado: en el cual, por una parte, se ve el reflejo del episodio de Mignon en Wilhem Meister, y por otra aquel procedimiento antitético familiar á Víctor Hugo, combinando en un tipo de mujer la fealdad de cuerpo y la hermosura de alma, el abandono y la inocencia.
La segunda fase (tercera ya en la obra total del novelista) empieza en 1881 con La Desheredada, y llega á su punto culminante en Fortunata y Jacinta, una de las obras capitales de Pérez Galdós, una de las mejores novelas de este siglo. En las anteriores, siento decirlo, á vueltas de cosas excelentes, de pinturas fidelísimas de la realidad, se nota con exceso la huella del naturalismo francés, que entraba por entonces á España á banderas desplegadas, y reclutaba entre nuestra juventud notables adeptos, muy dignos de profesar y practicar mejor doctrina estética. Hoy todo aquel estrépito ha pasado con la rapidez con que pasan todos los entusiasmos ficticios. Muchos de los que bostezaban con lña interminable serie de los Rougon Maequart y no se atrevían á confesarlo, empiezan ya á calificar de pesadas y brutales aquellas narraciones; de trivial y somera aquella psicología, ó dígase psico-física;